Desde que lo leí por primera vez, por allá del 2013, pensé “este es uno de mis libros favoritos”. Hoy, con 32 años recién cumplidos me cuestioné, ¿realmente lo es? Tenía que averiguarlo y por eso me di a la tarea de releerlo.
Y precisamente leyendo esta reseña sabrás la respuesta.
Entonces me reencontré con él, 10 años después.
Lo curioso es que “A la sombra del Ángel”, es de hecho, para la grandiosa autora Kathryn S. Blair, su primera creación. Su carrera profesional estuvo más enfocada en el plano periodístico.
¿Qué la llevó a escribir “A la sombra del ángel”? El amor y el destino. Un inesperado, sano y reparador amor.
Como siempre, el amor nos marca o nos desmarca.
Al leerla, no pude evitar pensar que tal vez, solo tal vez, nuestro destino nos escoge a nosotras. Y por más que busquemos o huyamos, hay algo ya dado que vamos a hacer en este mundo.
Para Kathryn, ese destino, era hacernos el hermoso regalo de escribir sobre una de las mujeres más enigmáticas, sabías, inspiradoras e históricas de nuestro país: Antonieta Rivas Mercado.
¿Cómo pudo suceder eso? El destino hizo su aparición en escena y la llevó a enamorarse de una forma hermosa e inesperada de su hijo. Sí, del único hijo que tuvo Antonieta.
Y entonces, creó la historia que dio lugar al que hoy sé con más certeza, es uno de mis libros favoritos. Bingo, llegaron a la respuesta.
A la sombra del Ángel, es la vida de Antonieta Rivas Mercado, pero también es la historia política, social, económica y cultural del México antes, durante y después del “Porfiriato”. Lo pongo entre comillas porque hoy, me parece desdeñable que toda una época tenga que llevar el nombre de un hombre que perpetuó su poder con sangre y fuerza.
Pero regresando a Antonieta, el libro es todo un recorrido de su historia y la de su familia, con México y Europa de fondo.
Disclaimer: te vas a encontrar con algunas frases, dichos y aseveraciones clasistas y machistas, te recomiendo verlas desde el lado crítico, así era el México de ese entonces, lamentablemente.
El libro está dividido en breves capítulos por año, iniciando con el 1900, cuando María Antonieta nació.
El papá de Antonieta, Antonio Rivas, era un famoso arquitecto elegido por el gobierno para emblemáticas construcciones, como el Monumento a la Revolución y el Ángel de la Independencia; muchas de las historias, se entrelazan con sucesos políticos alrededor de su construcción, y de ahí viene el nombre del título también.
El arquitecto Antonio, era un hombre muy peculiar y adelantado a su época; lo describe como ecuánime, protector, responsable y que nunca estalló en alguna crisis de machismo descontrolado, a pesar de los sucesos que enfrentó.
En cambio, la relación con su madre fue distinta, lejana y fría. De hecho, nos relata su inminente separación, así como un lamentable suceso que vio en su infancia y marcó para siempre la vida de la pequeña Antonieta.
Desde niña, mostró su pasión por el arte, la actuación, la lectura, las preguntas incómodas y la política, de hecho, siempre conversaba de dichos temas con su tío Beto, quien desde un inicio vio en ella el enorme personaje en quien se convertiría, lo presintió.
“Había algo frágil oculto en el alma de aquella niña, una inquietud, una tristeza, una impaciencia por aprender”, expresaba el tío. Por supuesto, el periódico Regeneración está presente en las líneas de este libro, pues el tío Beto revolucionario y transgresor del orden hegemónico, tenía mucho interés en él.
En cuanto a la adolescencia de Antonieta, nos muestra la profunda amistad que hizo con su prima Graciela Eugenia “Chela”, con quien toda su vida, intercambió profundas cartas. La trágica y repentina muerte de ella, su querida prima Chela, la marcó mucho.
Así también, otro suceso fue parteaguas en su vida: cuando junto a su mamá y su hermana parten un tiempo a Europa, huyendo de los sucesos políticos y sociales inestables en México (aunque al leer te das cuenta de que, en realidad la mamá de Antonieta, tenía otros planes, no quiero spoilear).
Lo que sí puedo adelantarte es que ese año en Francia, despertó todavía más su interés por el arte y la cultura, tomó clases de ballet y sus maestros notaron que era sobresaliente, al grado que intentaron convencer a su papá para que se quedara más tiempo. Tristemente, esto no logró y regresó a México, “con el alma hecha pedazos y muchas lágrimas de por medio”.
Pero no regresó siendo la misma, algo en ella había despertado y no se iba a apagar nunca.
Y entonces, llegó la Revolución. Y con ella, Madero, Carranza, Villa, Zapata, Obregón y Vasconcelos empiezan a formar parte de las líneas de esta historia, pero también llegan la sangre, la inestabilidad, los saqueos, la incertidumbre y la furia de Porfirio Díaz.
Y también aparece en escena el ingeniero estadounidense Albert Blair, un hombre que se cruzaría en la vida de Antonieta, para marcar un antes y un después. Por azares del destino, un día comió en su casa, en uno de esos banquetes espectaculares que su papá, el arquitecto Rivas, ofrecía a personalidades nacionales e internacionales.
Pero vale la pena resaltar, que Antonieta, desde muy pequeña mostraba su espíritu rebelde y no tradicional, pues el día que tuvo su menarca, estando con su nana Sabina, ante la narrativa de que “ahora ya era una mujer que algún día tendría hermosos hijos y le pondría una vela a San Antonio para encontrar un buen esposo” ella respondió:
“Yo no me voy a casar y no le prenderé una vela a San Antonio. Seré una mujer de letras y bailaré para mi público especial en París. Inclusive podría dar un concierto… Chopin, Grieg, Liszt.”.
En cuanto a lo político triunfó Madero, y con él Albert Blair, que era su aliado y había luchado con sus hermanos en las batallas del norte. En ese momento entra la caravana ganadora del nuevo presidente por todo Reforma.
Antonieta lo vio.
Y como él, nunca pudo olvidarse de ella, fue a hablar con su padre, para poder acercarse a ella. Sí, así era antes. Como si no tuviéramos decisión propia. Entre hombres decidían si podían acercarse a nosotras o no. Qué horror.
Y con “el permiso”, empezó la “conquista”. Y lo logró.
Pero después, llega otro suceso político, que tuvo efecto en la vida de Antonieta. El “traidor” Huerta asesina a Francisco I. Madero.
La autora nos describe cómo era la forma de supervivencia de las familias mexicanas en tiempos de guerra, en el día a día, qué comían, cómo cuidaban los alimentos, cómo saqueaban las casas y las iglesias, al grado de que las monjas eran víctimas de violación. También, describe cómo era el sobrevivir a la diaria incertidumbre, el estrés, la ansiedad y por supuesto a la depresión por tener que parar las vidas.
Antonieta y su familia no escapaban de estos horrores.
“Somos prisioneros papá. No puedo escribir. No puedo tocar el piano. Ni siquiera puedo concentrar mi atención en un libro. ¡Solo quiero que esta revolución termine!”, decía Antonieta.
Por otro lado, si bien en aquella época la palabra feminista empezaba a posicionarse en el imaginario colectivo de México, Antonieta desde muy pequeña mostró indicios de serlo, por ejemplo, al defender porque una niña también tenía derecho a aprender: “¡Es inteligente, solo porque sea mujer no significa que no deba aprender!”.
En el plano político, llegó la época en la que los generales Carranza, Villa y Zapata vivían en confrontación, decía el arquitecto Antonio “los generales habían empezado a devorarse entre sí”. Y entonces se da el momento de esa emblemática foto de Villa, Zapata y Villa en el despacho presidencial.
Pero mientras esto sucedía, Albert Blair y Antonieta se reencontraban en un evento cultural y allí Albert supo que quería casarse con ella, y la conquista tomó más fuerza. La conexión y pasión entre ambos fue muy fuerte desde el inicio y a los pocos meses de conocerse, teniendo 17 años Antonieta, decidieron casarse.
“En una sola noche, toda su vida había cambiado”.
Fue a Estados Unidos a visitar y conocer a la familia de Albert y regresó maravillada con la libertad de las mujeres estadounidenses, pues se percató de que eran más libres, trabajaban y los hombres participaban en las tareas del hogar “me escandalicé cuando el padre de Albert ayudó a limpiar la cocina”, contó a su papá.
Luego llegó una época complicada para Antonieta, pues toda aquella pasión inicial se fue apagando, en aquel rancho de Zacatecas en el que tenían que vivir por el trabajo de Albert, a donde él ¡no la dejó siquiera llevar sus libros! Porque decía que le metían ideas extrañas. Hoy sabemos que esa es una enorme red flag.
Llegó la maternidad y con todos los cambios que esta trae para la vida de una mujer, Antonieta no soportó más y regresó a la Ciudad de México para estar en su hogar, con su red de apoyo. "Yo, Antonieta, era como una piel que se desprendía mientras que Antonieta Madre era una piel nueva”, expresaba.
Donald Antonio Blair Rivas Mercado nació el 9 de septiembre de 1919.
Al nacer el bebé, Donald regresó a México a verlo e intentar que su esposa estuviera otra vez con él en el rancho, Antonieta accedió porque todavía lo amaba, pero esta vez decidió que se llevaría a alguien que la ayudara y muy importante, a sus libros.
Pero otra vez, su machismo hizo que nada funcionara. Además, Antonieta se sentía ahogada en el rancho, lejos de la vida cultural de México.
“Son esos condenados libros franceses los que te meten ideas extrañas en la cabeza, anhelos románticos que nada tienen que ver con la vida real y que no te dejan más que melancolía. Estás echada a perder”. Le gritaba Albert.
La conexión sexual también había desaparecido. La relación ya era insostenible, Albert llegó al grado de quemar sus libros, faltaba muy poco para poner el necesario punto final.
Y ese punto llegó en forma de una grave enfermedad de Toñito, el bebé, Antonieta no aguantó más y ante la falta de respuesta de los curanderos y médicos cercanos al rancho, huyó una madrugada, con su hijo en brazos.
Y ya no habría vuelta atrás, aunque otra vez ya estando en la ciudad intentaron de nuevo vivir juntos, la relación era cada vez más un infierno ante los celos e intento de posesión de Albert. Entonces iniciaría un proceso complicado y tortuoso de divorcio que dio a Antonieta muchísimos dolores de cabeza.
“A veces estoy tan harta que siento la tentación de inventarme un amante, de darle el primer nombre que se me ocurra. Cualquier cosa con tal de poner fin a este acoso. No cabe duda, esto es el infierno. Diariamente compruebo cómo se derrumba la frágil estructura de nuestro matrimonio. Miro a Toñito y lloro”. Decía Antonieta.
Y entonces inicia la tercera parte del libro, que se titula “La campaña”, arrancando con Obregón como presidente ante el recién asesinato de Carranza. Surge aquí, otro personaje que después sería muy importante en la vida de Antonieta, el entonces Secretario de Educación, José Vasconcelos.
Y también otro personaje que todas y todos conocemos muy bien, fue clave en la vida de Antonieta: Diego Rivera, con quien sostuvo una profunda amistad de años, compartían la visión progresista de México y el mundo y por supuesto, el amor al arte y la cultura.
Diego, conocía muy bien a su padre el arquitecto Rivas, pues lo había ayudado a conseguir las becas que lo mantuvieron muchos años aprendiendo en Europa, les tenía mucho aprecio y respeto a ambos. Incluso, en el libro la autora nos cuenta que Diego le hizo un retrato a Antonieta, qué privilegio sería que alguien lo conservara y pudiéramos verlo.
Dato curioso: Antonieta, conoció desde muy pequeña a Frida Kahlo, “aquella muchachita traviesa que visitaba a Diego mientras él pintaba sus enormes murales en las universidades”, así la describió.
Pero la vida de Antonieta da otro giro y decide irse a Europa de nuevo. Empezó a estudiar literatura española en una Universidad de Madrid, trabajaba escribiendo artículos de la situación de la mujer y se acercó al mundo cultural europeo, al grado de tener reuniones con Picasso.
Después, lamentablemente llega la muerte de su padre, don Antonio Rivas, el famoso arquitecto mexicano. En su herencia, descubre que le deja la mayoría de las propiedades a su cuidado. De un día a otro, Antonieta se convirtió en una de las mujeres más ricas y poderosas de México.
Esto le causó problemas hasta con sus hermanas, por ejemplo, una de ellas, Alicia le reclamó por qué no podía cederle la propiedad del famoso convento San Jerónimo, donde Sor Juana Inés de la Cruz escribió su inmortal poesía.
Pero Antonieta, después de la muerte de su padre y su divorcio, con las profundas enseñanzas que le dejaron ambos duelos, renació. Empezó una vida estimulante, organizaba encuentros culturales, se reunía con las personas más interesantes del país, patrocinaba conciertos, eventos culturales y artistas emergentes.
Mantenía y financiaba teatros e incluso a la primera Orquesta Sinfónica de México. La llamaban catalizadora, “su talento más singular, al parecer, era servir de catalizador: sucedían cosas alrededor de Antonieta Rivas Mercado”.
Tenía pretendientes, pero nada serio, porque los hombres se sentían inseguros ante su inteligencia. Como siempre, una mujer segura e independiente es la mayor inseguridad de un hombre no deconstruido.
De nuevo un giro político intenso, en 1728 asesinan con un balazo al presidente Obregón. Con ello, otra vez, la vida de Antonieta cambiaría.
José Vasconcelos da a conocer sus aspiraciones presidenciales y Antonieta decide mandarle un mensaje con uno de los jóvenes que lo apoyaban: “Admiro al señor Vasconcelos, si las mujeres pudieran votar, yo votaría por él”.
José Vasconcelos se convirtió en el candidato que prometía que, de ganar, daría el voto a la mujer. Después de recibir su mensaje y de saber quién era Antonieta, pidió conocerla. Vasconcelos quedó flechado por su personalidad “tenía una cualidad magnética que cautivaba”.
Al principio su relación fue cordial, política, laboral. Él le propuso que se uniera a su campaña para promover la propuesta del voto de las mujeres. Ella aceptó, convirtiéndose en “una exponente del movimiento feminista”, así la llamaban los medios de aquel entonces.
Esa fuerte actividad política los fue uniendo y ella, adquiría más y más tareas en la campaña. Al grado que empezó a acompañarlo a todas las giras y a ayudarlo a redactar sus discursos. Pasaban mucho tiempo juntos, ahí fue donde surge el amor y la pasión.
Una pasión, que tristemente, no acabó bien.
Antonieta se enamoró al verlo y escucharlo dar esos discursos tan esperanzadores en las plazas públicas, al ver cómo la gente se volvía loca con solo tocar su mano, al escuchar como lo llamaban “El Mesías de la Esperanza” y al soñar con el México cultural y letrado que prometía construir.
Creía tan fuertemente en el candidato (y estaba tan ilusionada) que invirtió muchísimo dinero en su proyecto, por ejemplo, pagando la renta de las oficinas de las casas de campaña.
Su romance (aunque decidieron mantenerlo en secreto durante la campaña), fue muy intenso y apasionado. El candidato siempre encontraba la manera de escaparse para estar con ella, se dijeron cosas hermosas que están plasmadas en el libro.
Durante la misma campaña Antonieta vivió sucesos fuertes, fue víctima de violencia vicaria por parte de su ex esposo Albert Blair, que siempre amenazaba con quitarle la custodia de su hijo, a quien tenía que mantener escondido en su casa o en casa de sus parientes.
Uno de los momentos más complicados llegó al presenciar la muerte de alguien muy cercano en el equipo de campaña, lo que obligó a Antonieta a huir a Estados Unidos, por temor a ser encarcelada por las fuerzas enemigas, quienes ostentaban el poder en aquel entonces.
Llegó el día de la elección. El oponente, el candidato de Calles, Ortiz Rubio del PNR ganó con 40 mil votos, contra 12 mil de Vasconcelos.
Antonieta terminó en el hospital por una crisis nerviosa y entró en depresión a raíz de la derrota, a la cual le había inyectado todas sus fuerzas y esperanzas futuras.
Pero recibió el toque curativo de la bondad y aprendió a apoyarse en sus amigos como Clemente y Margarita Orozco, que amable y amorosamente la cuidaron en su recuperación. Lo mismo el dramaturgo Federico García Lorca, que le ofreció trabajo como traductora de una obra de teatro.
Pero la depresión seguía tejiéndose en su interior:
“Su cuerpo estaba fortaleciéndose, pero seguía habiendo un vacío donde otrora morara su espíritu. Era una espectadora que se contemplaba mientras hacía como que vivía”
“Ahora lo único que quiero es tener paz y trabajo, ser… convertirme en una ciudadana del universo. No sé si algún día volveré a México. Mientras tanto, vivo en un claustro del que soy abadesa”
“¿Cómo puede uno seguir viviendo con un sueño que ha sido destruido?”
José Vasconcelos le pidió en algunas cartas que regresara con él, que estuviera con él en California pues se sentía desolado y la necesitaba, también le proponía iniciar proyectos nuevos de escritura.
Ella, en sus momentos de soledad e introspección comprendió que, al perder Vasconcelos, también se desvaneció una enorme fantasía que había construido, el ser la primera dama, la esposa del presidente de México. Algo que “llegó a sentir como su misión de vida, como algo para lo que desde su niñez la hubieran preparado, algo que le daría importancia a su vida”.
Pero todo se había desvanecido y se tuvo que enfrentar a otro duelo, al “luto de un sueño destruido”.
Decidió reunirse con él en California y después de estar encerrados durante días llorando y reflexionando de lo sucedido, aceptó irse con él a París para desde allí, crear una nueva revista que hablaría abierta y transparentemente de la situación que atravesaban México y América Latina, la llamarían “La Antorcha”.
Ella se adelantó a París y José Vasconcelos la alcanzó después de impartir una serie de conferencias por toda América Latina, ante eso, ella confiesa que sintió un poco de envidia: “reconoció haber sentido una punzada de envidia al oírle mencionar su prolongada gira de conferencias por América Central y del Sur. ¡Indudablemente, banquetes y champaña habrían mitigado un poco el dolor de la derrota! Mencionó.
También, al escribir desde París una carta a su entrañable amigo Manuel, le confesó que se sentía todavía angustiada y con melancolía extrañando a México: “tengo un constante arrebato interior, una necesidad de medirme con los que en el mundo han sido. Mi trabajo me obsesiona”, “Espero crear algo humano, humilde y penetrante. Siento a México tan profunda ¡tan profundísimamente!
En cuanto a su depresión todavía latente: “Toñito florece como planta noble en terreno sano. Y yo sobrevivo”, expresaba.
En otra carta a su hermana menor le confiesa: “Cada día me siento más débil. Mi vitalidad disminuye, se me acaba la cuerda”, “perdona que mis pensamientos salten de una cosa a otra. Hay días que me pregunto quién soy”, “cada mañana necesito hacer acopio de energía, gota a gota, solo para mantenerme viva”.
Y como sucede con muchas de las personas que tienen ideas suicidas, que llegan a mencionar que está entre sus posibilidades tomar la decisión, Antonieta lo hizo. Platicando con su amigo el cónsul Manuel, le pidió que le prometiera que, si le sucedía algo, él cuidaría de Toñito, su hijo. Él le preguntó ¿qué podría sucederte? Y ella contestó “Bah, podrían atropellarme. Podría caer muerta de cansancio. O suicidarme”.
Unas horas antes de su suicidio, platicó con José Vasconcelos y a pesar de haber quedado con él en que desayunarían muy temprano, ella “se dejó sumergir por la nostalgia: ¿Puedes echar de menos algo que nunca tuviste? Se preguntaba.
La decisión en su mente, ya estaba tomada.
Repasó toda su vida, pensó en su madre, en la belleza de su madre que todo el tiempo sintió que a ella le faltó “¿Por qué era importante ser bella?”, pensó en sus hermanas, hermano, en su padre, en su tío Beto, en su prima Chela, pensó en México.
Se dijo a sí misma “Estoy harta de esta realidad, harta del fraude, del fracaso, las promesas incumplidas, harta de mí misma”, “todos quieren que vuelva a México, pero ¿cómo? Ya no tengo patria”.
El arma con la que se suicidó, era de Vasconcelos, la tenía en su armario. Esperó, en la mañana, que él bajara primero a la cita que tenían para desayunar, para tomarla.
Por supuesto que pensó en su hijo: “Toñito, mi amor, sabes que te adoro, y si hay cielo, desde allí te cuidaré”.
Pensó en Albert Blair, recordó cuánto lo amó en el pasado, cuánto lo echó de menos ¿Cómo es posible que el amor se convierta en tanto odio?
Al pasar por su cabeza José Vasconcelos ella creyó que, en la profundidad de su ser, su muerte sería un alivio para él, “un peso menos para su gigantesca carga”.
Al tomar la decisión, “sentía que la libertad la embargaba, la libertad y la paz bendita”.
Se dirigió al banco que ya había elegido, en la iglesia Notre Dame de París, delante de Jesús, el Cristo crucificado.
Su muerte, teniendo 30 años, fue esa cita a la que no podía llegar tarde.
Gracias Kathryn S. Blair por crear esta historia que conmovió cada fibra de mi ser, y gracias a ustedes por leer y estar aquí, acompañándome en la aventura de leer, releer y reseñar uno de mis libros favoritos.
Gracias Antonieta y gracias Kathryn por recordarnos la importancia de no dar todo, hasta quedarnos vacías. De guardar mucho para nosotras. Gracias por recordarnos que esa impaciencia de cada minuto por querer hacer algo importante, la dirijamos a nuestros propios proyectos.
Ahora, yo tengo uno pendiente, visitar el museo - casa de los Rivas Mercado, que se encuentra en la CDMX.
Pronto nos veremos por allá, y por acá, cuando les cuente cómo me fue y les enseñe fotos de mi visita.
Les quiero mucho.
Con amor, Yuli Zuarth.
Frases favoritas
“Aprende de los extranjeros, pero no rebajes tu propia cultura”
“Yo no creo en absolutos, solo creo en las búsquedas”
“Energía original, ella podía sentirla”
“Quiero dedicar mi vida a las cosas que cuentan”
“Creo que su tú está escondido tras el temor a la intimidad. Ansío arrancar el velo ceremonioso que prende entre ambos, pero espero con paciencia una señal suya”.
“Cuánto envidio tu corazón ligero, el mío siempre parece cargado con algún peso indescifrable”
“Lo único que podemos hacer es sembrar. Pero debemos sembrar mucho más de lo que ellos pudieron arrancar”.
“Cada una de las fibras de su ser respondían a aquel hombre”
“Hay lugar para muchos hombres en la vida de una mujer, pero ella sólo puede amar a uno”
“La vida tenía que significar algo”
“Entre las muchas cosas que admiro de ti está tu genio literario, ¿sabías que eres un genio?”
“Vivo en el reino superior de la trascendencia, que soy incapaz de mantener mis pies en tierra”
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