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Reseña del libro “Libertadores de América, cartas de amor entre Simón Bolívar y Manuela Saénz"


El amor en los tiempos de revolución, la cual, en un mundo tan desigual, está sucediendo siempre. Un libro que te lleva a otro, porque supe de la existencia de esta joya leyendo a otra autora, no recuerdo específicamente en qué libro la encontré, pero tengo la corazonada que fue leyendo a Isabel Allende.


De esa forma me enteré que el gran libertador Simón Bolívar había tenido un gran amor y compañera de causa, y que había registro de sus apasionadas cartas.


Hoy sé más de ella y de su historia, su lucha, su pasión, su feminismo y su amor, se llamaba Manuela Saénz y al igual que Bolívar, luchó por la América libre en la que hoy habitamos.


Incluso, con su intuición feminista y sus dotes de estratega logró precaver a Bolívar de una conspiración en su contra, lo cual la llevó a ser llamada “Libertadora del libertador”.


En sus cartas, noté que ella tenía una enorme veneración hacia Bolívar, lo respetaba y admiraba por sus acciones revolucionarias y libertadoras, pero también, sentía una enorme pasión que la llevaba siempre de regreso a él, incluso estando en un matrimonio previo.


Bolívar sentía la misma pasión y desenfreno por ella, la escuchaba y deseaba verla en sus más solitarios momentos, pero sus múltiples ocupaciones, su necesidad de siempre estar escapando y la naturaleza de las batallas en las que estaba inmerso, le impedían tener la constante comunicación que Manuela deseaba.



Aun así, se notaba que en el mínimo momento que él tuviera libre buscaba como contestarle las cartas y no perder la comunicación con ella, al final de su carrera, cuando la soledad llegó y los años de gloria pasaron, fue cuando más la buscaba y le pedía que estuviera a su lado, porque se dio cuenta que ella siempre había estado ahí para venerarlo, amarlo, cuidarlo e incluso salvarlo de la muerte, arriesgando su propia integridad.


Manuela resguardó todos los documentos de Bolívar, incluídas las cartas, por eso hoy podemos tener un recuento de ellas en libros como este.


Esto dio pie a que una vez que el libertador americano murió, muchos personajes llegaran a buscarla para rememorar los momentos vividos y sacar información, incluído Herman Melville, escritor de Moby Dick.


El libro está compuesto por una breve introducción y conclusión de cómo se conocieron y cómo terminaron sus días, pero el resto, el cuerpo duro está compuesto únicamente de sus cartas, todas con fechas y lugar donde fueron escritas.


Fue imposible para mí hacer un resumen de todo lo que iba leyendo, la pasión, ternura, convicción y frenesí con la que ambos se escribían me hace querer compartirles muchas frases, que van a continuación, espero las disfruten tanto como yo:


Pd. De aquí pueden sacar ideas para escribirle cartas al amor de su vida, no perdamos esa bonita costumbre, recuerden que cuando ya no estemos aquí, dejaremos huella con la palabra escrita.


Pd. Este libro desbloqueó mi nuevo goal, un amor donde los dos luchen por la Independencia y por las causas justas, libertadores, revolucionarios, pero juntos.


Gracias por estar aquí y como siempre, por leer.


Con amor, Yuli Zuarth.


Frases favoritas


Descubrí desde aquel mismo momento que el hombre venía solo, pero traía consigo mi felicidad, esa que yo no conocía hasta ahora.


Me hace sentir la vida intensamente.


Hablaba de los clásicos como si los hubiera conocido.


Me comentó que se sentía en el cenit de su gloria, pero que, en verdad (y esto lo dijo muy en serio), necesitaba a alguien confidente y que le diera seguridad.


Me di cuenta que este señor sentía mucha seguridad ante su propia efigie; tal como ocurre con todos los grandes hombres.


Pienso que una mujer no solo debe trastornar a un hombre con su belleza, sino dedicarle toda su atención, en vista de tal vez una intuición más fina, que procura ver todo con la realidad de los aconteceres, y el tino de poder seducir con mejores armas al enemigo con un solo guiño. Siendo caprichosa como en efecto lo soy, no me limito a tal conducta; por el contrario, advierto la necesidad de sacrificio y hago méritos por imponerme una actitud de atención a toda prueba. Sé que este señor me necesita, lo sé, y yo también a él; ambos formamos un círculo de sentimientos donde la seguridad va en busca del refugio del otro.


Sé que con este señor llegaré a la cima. Daré mis conocimientos (escasos), mi vigor y mi carácter, así como mis sentimientos, mi existencia si fuera necesaria. Mi vida será arrastrada por su gloria y suyos serán en sus días aciagos mis consuelos.


Mi ingenio es mi intuición y me siento muy, pero muy enamorada.


Estoy escribiéndole… haciendo más deliciosa la espera y más acuciante para él la venida.


El éxito de una mujer está en su gracia y en ingenio, a más de su belleza.


Qué felices fuimos.


Solo quiero tiempo para acostumbrarme, pues la vida militar no es fácil ni fácil retirarse. Me he burlado de la muerte muchas veces, y esta me acecha delirante a cada paso.


Permíteme estar seguro de mí, de ti y verás querida amiga quién es Bolívar al que tú admiras. No podría mentirte. ¡Nunca miento! Que es loca mi pasión por ti, lo sabes. Dame tiempo.


Los dormitorios reverentes al descanso, como que ruegan por suturarse de amor…


Le digo yo, que ansío de la presencia de usted aquí. Toda esta pintura es de mi invención, así que ruego a usted que perdone mis desvaríos por mi ansiedad de usted y de verlo presente, disfrutando de todo esto que es tan hermoso. Suya de corazón y de alma.


Aquí estoy yo, ¡esperándole! No me niegue su presencia de usted. Sabe que me dejó en delirio y no va a irse sin verme y sin hablar… con su amiga, que lo es loca y desesperadamente.


Considéreme usted su amor loco y desesperado por unirme hasta la gloria de su ser.


Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual centella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí y ahora, sin que importen las distancias. ¿Cómo lo sientes, ah? ¿Verdad que también estoy loco por ti?


Tú me nombras y me tienes al instante.


Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma de tu cuerpo y la tersura de tu piel. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el murmullo que quiere escaparse de tu boca, desesperadamente, para salir a mi encuentro. Espérame.


Usted me incomoda con el comportamiento de usted, de sus sentimientos que son desprendidos de toda realidad. ¿Dice usted que me piensa, me ama, me idolatra?


¿Cree usted que este destino cruel puede ser justo? ¡No! ¡Mil veces no!


La eternidad que nos separa solo es la ceguera de su determinación de usted, que no lo ve más. Arránquese usted si quiere, su corazón de usted, pero el mío no, ¡no! Lo tengo vivo para usted.

Tu alma es entonces la que derrota los prejuicios y las costumbres de lo absurdo, pero Manuela mía, he de rogarte: prudencia, a fin de que no se lastime tu destino excelso en la causa de la libertad de los pueblos y de la República. Prefiero que vengas a Lima, a fin de hacerte cargo de la secretaría y de mi archivo personal, así como los demás documentos de la Campaña del Sur.


Bien sabe usted que ninguna otra mujer que usted haya conocido, podrá deleitarlo con el fervor y la pasión que me unen a su persona, y estimula mis sentidos. Conozca usted a una verdadera mujer, leal y sin reservas.


Tiene usted mi amor verdadero, con el prendimiento de mi corazón por usted. No me calmo hasta que usted me dé su explicación de su ausencia de usted, sin que yo sepa qué se ha hecho usted. ¿Es que no ve el peligro? ¿O yo no le intereso más que ayer? Decida usted, porque yo me regreso aun sin la gloria de usted, que no vacila en hacerme sufrir.


Explíqueme qué conducta debo seguir respecto a usted.


Corro a su lado hasta Pativilca, ¿Me espera usted? Su amiga, desesperada por verlo.


Usted, que tanto hablaba de corresponder gentilmente a los amigos, duda en escribirme una línea; esto me provoca una agonía fatal. Téngame un poco de amor, aunque solo sea por lo de patriota.


Me pregunto a mí misma si vale la pena tanto esfuerzo en recuperarlo a usted. Tengo resuelto desaparecer de este mundo.


De corazón le digo: no tendrá usted más fiel compañera que yo y no saldrá de mis labios queja alguna que lo haga arrepentirse de la decisión de aceptarme. ¿Me lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria esta, sino de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso). Suya siempre.


No desoigas mis consideraciones y mi preocupación por tu humanidad. ¡Te quiero viva! Muerta, yo muero. Bolívar.


Tú eres el ser que más quiero y siempre estoy pensando en ti.


Tú por vías de paciencia queda a la espera de mi retorno, que será muy pronto, pues ansío tus amables caricias y contemplarte con mi pasión, que lo es loca por ti. Tu único hombre. Bolívar.


Sé que ha partido con usted mi única esperanza de felicidad. En mis pensamientos estoy más que convencida de que usted es el amante ideal, y su recuerdo me atormenta durante todo el tiempo. No logro saciarme, en cuanto a que es usted a quien necesito, no hay nada que se compare con el ímpetu de mi amor. Si usted me escribiera con letras diminutas y cartas grandotas, yo estaría más que feliz. Si usted me dijera venga, yo iría volando ¡así fuera al fin del mundo! (Escrita el Lima el 14 de abril de 1825, Manuela a Simón).


Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo. Me parece que una eternidad nos separa, porque mi propia determinación me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor. En lo futuro, tú estarás sola aunque al lado de tu marido, yo estaré solo en medio del mundo.


Voy acompañado, quiero decir, con la compañía de tus gratísimos recuerdos. Mucho ha de ser el trabajo que debo realizar y sé que me esperan la grandeza y la gloria. No sabes, Manuela mía, ¡cómo te ansía este corazón viejo y cansado, en el deseo ferviente de que tu presencia lo rejuvenezca y lo haga palpitar de nuevo al tiro de como sano! Mis sentimientos se agigantan junto con mis deseos, al pensar en ti, y en todo lo arrollador de tu espíritu sin igual.


Mi amor, marcho hoy, lleno de proyectos que son mi ilusión de crear una nueva República. Alcanzaré lo más grande de mi gloria, que me tiene pensando en ti, a cada momento en que tu imagen me acompaña a todo lado. Soy preso de una batalla interior entre el deber y el amor. Separarnos es lo que indica la cordura y la templanza, en justicia, ¡odio obedecer estas virtudes! Soy tuyo de alma y corazón.


No hay que huir de la felicidad cuando esta se encuentra tan cerca. Y tan solo debemos arrepentirnos de las cosas que no hemos hecho en esta vida. Su excelencia sabe bien como lo amo. Dígame usted ¿quién puede juzgarnos por amor? Si hemos encontrado la felicidad hay que atesorarla. ¿Debo entonces seguir sacrificando porque cometí el error de creer que amaré siempre a la persona con quien me casé? Usted, mi señor, lo pregona a los cuatro vientos: “El mundo cambia, la Europa se transforma, América también”. Soy una mujer decente ante el honor de saberme patriota y amante de usted.


No hay que burlarse del destino, nos ha hecho encontrar, nos dio la oportunidad de vernos e intercambiar opiniones de aquello que nos interesaba, de la causa patriota y, desde luego, si no sabemos aprovechar esto, después se vengará de nosotros y entonces no tendrá misericordia ni piedad.


Usted que me tenía un poquito de amor, ha permitido que la ilusión de usted se pierda, y yo veo todo con desesperanza. Nada hay en el mundo que nos separe, que no sea nuestra propia voluntad. La mía es seguir, a costa de mi reposo y mi felicidad. ¿Qué dice usted?


Ninguna mujer sobre la faz de la tierra podría hacerlo tan feliz como yo. Me sobra mucho, ¡demasiado amor para dárselo! Lo único que me importa es su amor, sentirme segura en sus brazos. ¿Cómo me las arreglaré sin la presencia de usted? ¿Por qué me ha dejado enamorada? Usted dice que el amor nos libera. Sí, pero juntos, de lo contrario, me siento encarcelada en mi desasosiego. Perdoneme el fastidio de mi delirio, pero es que lo adoro. Soy una mujer enamorada; tenga usted un poquito de compasión y consideración por mí. Sé que lo que voy a decir no le gustará, pero sí: me muero de celos al pensar que podría usted estar con otra: pero yo sé que ninguna mujer sobre la faz de la tierra podría hacerlo tan feliz como yo. ¿Orgullo? Piense usted que sí, ¡Pero es la verdad más dichosa! Por su amor seré su esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo, lo adoro, pues es usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer. Se lo debo todo, amén de que soy patriota.


¿Por qué privarse del goce infinito del amor? Si una de las virtudes primordiales es la obediencia al amor, que la misma providencia auspicia en todo ser humano. Quien lo ama hoy como nunca.


En mí, refleja su sombra de gloria. Sí, porque solo la sombra de usted, mi glorioso libertador es la que me cubre. Déle vida a esta pobre mujer que, amargada por las circunstancias, desea solo estar a su lado y no apartada de usted.


Lo amo desde lo más profundo de mi alma. Cuidado con las ofrecidas, ¡que de mí se olvida para siempre!


Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso. Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos).


Mi agradecimiento es a todas sus atenciones y desvelos que llegan en procesión de sucesivos cariños, delicias y cuidados, que hacen sentir pobre mi descomedida actitud, que es solo por la fuerza de mis obligaciones aquí. Sí, perdóname. A partir de hoy, dedicaré un poco de tiempo a esta agradable tarea de escribirte.


Sé que tienes mucha disposición hacia mí. ¿Sigues siendo la joya sagrada y sensual llena de encantos y atributos de belleza? La gloria de ver a una mujer más linda que Cleopatra, ejerciendo todo el poder de sus encantos sobre mis sentidos, el ludibrio de rasgar tus vestidos sin importar su costo, deshaciendo al mismo tiempo tu laborioso peinado de tocador. Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga, sí, contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias. Todo esto es una obsesión, la más intensa de mis emociones. Por eso no debimos actuar, como tú bien dices, sino al llamado de nuestros corazones.

Debemos tener fe en que estaremos juntos muy pronto, pero para ello trataremos de ser cada día mejores, más buenos que el anterior. Tú naciste buena y humanitaria. Me siento plenamente orgulloso de ti. Me encanta que seas piadosa. De paso, sé que haces respetar la imagen de la República con fervor. Cada vez que recuerdo tu hermosa figura viene a mí el goce de las noches de amor interminables. Si tuvieras obligaciones acá, entonces seríamos más dichosos, pues tu trabajo tendría que ver conmigo. Esto acaso en una suposición, entonces no nos separaríamos nunca.


Ahora todo tiene significado en la grandiosidad de ser libres, transformándose en gloria son sabor a triunfo. He tomado muy en cuenta tu estimación sobre las apreciaciones que tiene Santander sobre mí y le he escrito con mi acervo de propiedad y cultura, ampliando su concepto que de mí se lleva: mi cultura adquirida por el contacto con mis ilustres amistades. El permanente saber en las inagotables fuentes de valiosos libros. Y la inteligencia con que la Divina Providencia me ha distinguido. Te remito copia de la misma, por considerarla ilustre dentro de mi modestia: pues no tengo blanduras con nadie y menos con Santander.


Bastante bien se ha llevado usted mi imagen, pues, ¡no la pierda nunca! Sigo siendo bella, provocativa, sensual y deliciosa. ¡Ah! Mis encantos son suyos y cualquier sacrificio no sería nada, con tal de estar en la proximidad de usted.


Con la invariable seguridad de que usted me seguirá escribiendo cartas de amor, que son el pretexto de seguir con vida. Yo no podría vivir sin siquiera recibir alguna noticia suya. ¿Ve usted la vehemencia con que lo pienso?


Solo pienso en ti, nada más que en ti y en todo lo que tienen de deliciosas tus formas. Desde el principio supe que en ti existe todo lo que to ansío en mis más caros anhelos. No tildes mi actitud de indiferente y poco detallista, al igual que falta de ternura. Esta distancia solo sirve para alimentar en mayor escala el fuego creciente de nuestras pasiones.


Existes y existo para el amor, ¿o no? Ven para deleitarme con tus secretos ¿vienes?


No sé lo que más me sorprende: si el maltrato que tú recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez admiro y compadezco.


Tu hermosa carta. El estilo de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable. No sé como hacer para conciliar, mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío. Bolívar.


Las grandes ausencias matan el amor y aumentan las grandes pasiones. El general Sandes llegó y nada me trajo de usted… ¿tanto le cuenta escribirme?


Eran de sorpresa, de lo mucho que lo amo, para que usted piense en mí como yo lo hago con usted. Páselo bien y recuérdeme siempre. Para mi hombre único.


Ya conoce mis sentimientos y todo lo que es para mí. Me reanima el saberlo dentro de mi corazón. Lejos, mi libertador, no tengo ni descanso ni sosiego, solo espanto de verme tan sola sin mi amor de mi vida. Usted merece todo, yo se lo doy con mi corazón que palpita al pronunciar su nombre.


¿Cómo lo pasa sin mí? Yo acá estoy muriéndome de ganas de verlo. ¿Se encuentra muy ocupado? Yo igual, pero siempre pienso en usted. ¿Piensa usted en mí?


Sé que usted en todas partes es admirado y yo me halago por ello, con la confianza de que usted estará pensando en mí, como lo hago yo con usted.


Yo lo amo de verdad, ¡y usted a mí no! Y punto. Se fue sin que la distancia le causara el más leve remordimiento, así está de acostumbrado. Si ya no me necesita ¡dígame! Y no insistiré más.


Mucho me complacen tus amables cartas y la expresión de tus cariños, son mi placer en medio de la ausencia. Espérame a todo trance. ¿Has oido? ¿Has entendido? Si no, eres una ingrata, pérfida y más aun que todo esto, eres una enemiga.


Mis ejercicios empezarán al despuntar el alba y mi dedicación será la correspondencia, en la que tú no serás excluida bajo pretexto de mi condición. ¡No! Por el contrario, tu imagen absorbe mis pensamientos en la cálida hermosura de tus recuerdos, que me hacen sufrir tanto. Vital es que no me olvide de ti, pues atesoro mil esfuerzos por conseguir tales disciplinas en el intento de encontrarme más activo para cuando tú y yo estemos juntos.


Tú me acechas, yo me entrego a tal prisión como raptado por el encanto de tu sutil sonrisa y tu audacia. Contigo estoy dispuesto a llenarme exasperado de las satisfacciones propias del amor. Espérame en el huerto de “Chuquiguada” con tu vivaz encantamiento de sorpresas. Te amo. Bolívar.


Mi amor por usted se encuentra resentido, por lo acrisolado del sufrimiento de saberlo mío y no tenerlo junto a mí. No quiero que usted se forme algún concepto de que yo le hago fuerza para que me ame, si no lo siente de verdad. ¿Qué puedo yo esperar? Usted dirá que me quejo demasiado, pero es injusto su olvido y su silencio, y tan solo le pido de favor me permita siquiera verle con los ojos antes de marcharme. Al único hombre de mi vida.


Tú quieres verme, siquiera con los ojos. También yo quiero verte y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos. Aprende a amar, y no te vayas ni aun con Dios mismo. A la mujer única como tú me llamas a mí.


Usted tiene el poder, ¿por qué no lo emplea? La mujer que lo idolatra.


Todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños. ¡Oh! No, a nadie amo: a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no más. No te mates. Vive para mí, y para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante que suspira por verte. Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra, que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres. Pero en recompensa, si no rezo, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo; sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra vez. No puedo más con la mano. No sé escribir. Bolívar.


Tú sola me has robado el alma y yo me ocupo solo de pensar en ti. Nada distrae más mi atención y mis ocupaciones que el interrogante de tu mirada sobre mi amor a ti. ¡Hagamos juntos un propósito! Esta conexión solo tiene su triunfo en la esperanza que tengo de regresar y de confundirme con tu aliento. Tu amante idolatrado. Bolívar.


Tu prueba de amor siempre me fue dada. Tú insistes en la declaración eterna de mi amor a ti. Manuela mía, ¿acaso crees que olvido tu inquisitiva mirada, cuyos ojos arrebatadores sobre el óvalo de tu rostro avivando, lo suculento de tus labios? ¡No! ¡Si hablar pudiera y revivir así, tu generosidad que ha alegrado mi vida con tus gracias! ¡Solo te amo a ti! Me pides que te haga un halago: te envío un delicado arte en filigrana de oro y plata y esmalte de ese azur que te encanta, y en plata aquello que evoca el baile cuando robaste mi atención y devoción por ti. Quiero tocarte y verte y saborear todos tus encantos. Tuyo de corazón. Bolívar.


Solo en ti encuentro esa amistad y finura que me son tan queridas. Te reitero mi adoración y amor que tanto te debo.


¿Se fija usted? Cuidé sus espaldas. No se preocupe por mí, dese usted cuenta que sirvo hasta para armar escándalos a su favor. Usted, cuídese. Si usted me invita voy presurosa en cuanto llegue esta. Su amor que le ama con locura. Suya, Manuela.


Yo, el glorioso Bolívar, tengo que decirte que no esperaba una satisfacción tan grande para mí, que el sentirme pletórico de confianza por esa amable locura tuya. Mi alma vela por una patria desprovista de toda ambición infame. Deseo con todo mi corazón verte, nuevamente, ven a Bogotá. Lo espero con ansia infinita, que colma mis pensamientos. Yo la amo a usted, querida mía, de gratitud. Venga usted, resueltamente. Soy con toda consideración y sentimiento de amor para mi Manuela, Bolívar.


Yo sé bien cuanto puedo hacer por un amigo, y ciertamente, no es comprometer al hombre que más idolatro…


Deja para las preocupaciones de este viejo todas tus dudas. Espero seguir recibiendo tus consideraciones, como el amante ansioso de tu presencia.


Me falta tu consejo y tu presencia, aquí donde todo me es ingrato. La patria y la historia me deben todo. En eso concuerda contigo, y me hace recordarte. Pero no solamente esta nostalgia te trae a mi mente; pues se trata del ansia con la cual mis sueños se iluminan con tu mágica sonrisa. Sí, aun añoro esos besos tuyos y tus fragancias.


Le ruego, por lo que más quiera en este mundo (que no soy yo), no asista a ese baile de disfraces, no porque usted se encuentre obligado a obedecerme, sino por su seguridad personal. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo malo.


Usted no me escucha, piensa que solo soy mujer. Pues sepa usted que sí, además de mis celos, mi patriotismo y mi grande amor por usted, está la vigilia que guardo sobre su persona que me es tan grata para mí. De no escucharme; usted me verá hacer hasta lo indebido por salvarlo.


(Cuando firmó el tratado de Paz con Perú - Colombia, septiembre 1829). La gloria de la libertad. Guardame en tu corazón y cuéntame pormenores de la política. Te ruego prepares algo de esto, que me interesa mucho por el futuro de la Gran Colombia. Mi amor, espérame con esa ansía con que te dignas amarme. Soy siempre tu más fiel amante, de alma y corazón. Bolívar.


Cuidado con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú. Bolívar.


No te hagas esperar, ven por favor, te ruego, pues muero ahora y sé que tú me piensas vivo. Soy tuyo, Bolívar.


Ahora, viejo y sin fuerzas, solo tú eres la inspiración de lo que en mí agoniza. Un hombre como yo, metido en esta rutina que martiriza mi alma, siente la necesidad de tu compañía. A los demás no les tolero; es más, provocan en mí lo más impredecible de mi conducta, y con denuestos inmerecidos les respondo a quienes siempre me han servido. Ven, te ruego, calma mi angustia y lo senil de mis antojos. Tuyo siempre, Bolívar.


Tu influencia sobre mi espíritu ya no está más conmigo, y turbado por la circunstancia de la amistad y el dolor de separarme para siempre de la patria, que me dio la vida, no encuentro consuelo. Si no tengo a mi Manuela, ¡no tengo nada! En mí solo hay los despojos de un hombre que solo se reanimará si tú vienes. Ven para estar juntos. Vente, ruego. Tuyo, Bolívar.


Sí, su amor sigue aquí en mi corazón, y mis pensamientos y mi amor por él están con él en la eternidad. Qué señor mío este Simón, para robar todos mis pensamientos, mis deseos, mis pasiones…


Lo amé en vida con locura, ahora que está muerto lo respeto y lo venero.


Él me dejó forzada a seguir viviéndolo; para mí tú vives, Simón.


Nunca supo qué ni qué hizo con su gloria. ¡Qué tontos fuimos! Escribo y pienso… Cómo se destruyó a sí mismo, Simón. Y él sabía que se estaba destruyendo, aniquilando, dejando a un lado su férrea voluntad, sus decisiones nunca dictadas por sus convicciones, pero sí un sentido de justicia. ¿Justicia? ¿Quién le fue justo? A él, que todo lo dio por la libertad. Libertad, solo palabra.


Se enfadaba conmigo, me castigaba con sus desplantes, ignorándome, cosa que era peor. Más me encaprichaba y después llegaba más tierno que un cachorro meloso. Acercándose y mendigando mi amor. Y yo, tonta por él, no resistía sus insinuaciones. No lo rehuía. Siempre lo recibí tiernamente como tal lo amé. Nunca fui inconsecuente. ¡No! Tuvo de mi amistad y de mi amor el afán de servicio y de amarlo como se lo merecía.


Me consuela el saberlo mío a pesar de todas.


La historia no se cuenta, se hace.


Escribo estas líneas para saberme viva, viva por dentro.


Nunca permití que Simón pensara en nuestro amor como una aventura; lo colmé de mis favores y mis apetencias y casi olvido su acostumbrado flirteo donjuanesco.


Dos para el mundo. Unidos por la gloria, aunque la historia no lo reconozca nunca.


Yo mientras tanto, leía. Me entusiasmaba mucho leer.


Yo tuve razones muy poderosas para unirme con él: convicción de patriota, juntos, a costa de todo. Mi firmeza y mi carácter, debido a que estaba convencida de que Simón sería el único en la historia del mundo, como libertador de una nación grande y soberana.


No comprende que fuimos amantes de espíritus superiores. Que vivimos una misma posición de gloria ante el mundo, que vivimos un mismo sacrificio y una misma manera de ver las cosas y una misma desconfianza de todos.


Fui la escogida por este señor muy digno para aparecer en sus círculos. Sí, también como su compañera de felicidades y de profundas tristezas. Los dos escogimos el más duro de los caminos. Porque a más del amor, nuestra compañía se vio invadida por toda suerte de noticias; guerra, traición, partidos políticos, y la distancia, que no perdonó jamás nuestra intimidad.


Me tratan de orgullosa, ¿lo soy? Sí, lo confieso y más. Saberme poseída por el hombre más maravilloso, culto, locuaz, apasionado, noble. El hombre más grande, el que libertó al nuevo mundo americano. Mi amor fue siempre suyo y yo su refugio y donde había el reposo de sus angustias. Y los desvelos por la patria de él. Simón: mis pensamientos y mis consejos siempre fueron tuyos, aun en el desorden de mis ideas.


¿Lograron deshacerse de él? Pues yo digo que no. Nunca supo la maledicencia, la mentira, la venganza, la traición, el arte mefistofélico, que quedando yo viva, perdurarían sus memorias. La memoria de estos dos seres que logramos unir nuestras vidas en lo más apoteósico de nuestros desvelos. ¡El amor! Y juntos nos burlamos de los concilios de nuestros enemigos.


Hoy se me hace preciso escribir por la ansiedad. No puedo olvidar.


Aquí estoy de nuevo frente a este diario que es mi refugio.


Un amigo muy querido me preguntó qué había sido yo para el Libertador: ¿una amiga? Lo fui como la que más, con veneración, con mi vida misma. ¿Una amante? Él lo merecía y yo lo deseaba y con más ardor, ansiedad y descaro que cualquier mujer que adore un hombre como él.


Él era un hombre solitario, lleno de pasiones, de ardor, de orgullo, de sensibilidad. Le faltó tranquilidad. La buscaba en mi siempre, porque sabía de la fuerza de mis deseos y de mi amor para él.


Simón sabía que yo le amaba con mi vida misma.


Él hacía más por superarme. Yo no parecía una mujer. Era una loca por la libertad, que era su doctrina.


“Mi capitana -me dijo un indio-, por usted se salvó la patria”


Él vivía en otro siglo, fuera del suyo. Sí, él no era del diez y nueve. Sí, él no hizo otra cosa que dar, vivía en otro mundo fuera del auto. No hizo nada, nada para él.


“La dama dueña del corazón y de la vida de su Libertador” (me trataban como si fuera yo la esposa legítima de este señor).


Recibí el grado de húsar, y me dediqué por entero a ese trabajo laborioso de archivar, cuidar y glosar lo más grande escrito por S.E, incluso salvaguardar nuestras cartas personales.


Combatimos lo indeseable.


Era tercamente un solitario hombre introvertido.


Parecía que Simón lo supiera todo. Pero no era así, sus conocimientos necesitaron siempre de mi apoyo.


Juntos, movilizamos pueblos enteros a favor de la revolución, de la patria.


¿Intuición femenina? ¿Estrategia? ¡Las dos cosas!

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